«Quedamos atrapados en un infierno de fuego»

«Quedamos atrapados en un infierno de fuego»

abc.es

TATIANA G. RIVAS | MADRID
Cien metros de altura en llamas pusieron en órbita a 252 bomberos durante once horas seguidas hace hoy, exactamente, cinco años. Ocho de ellos relatan a ABC cómo vivieron esa experiencia. Uno quedó atrapado entre las llamas en la planta 21
Los más de cien metros de altura del edificio Windsor se convirtieron en pasto de las llamas hace cinco años. Sólo hicieron falta diez horas para reducirlo a un imponente esqueleto de hormigón por encima de la planta 17. Uno de los incendios más devastadores que ha sufrido la capital precisó de la intervención de 256 bomberos del Ayuntamiento de Madrid. Trabajaron sin cesar en la zona -algunos durante más de 15 horas continuadas- para sofocarlo y evitar su propagación a las instalaciones cercanas. ABC ha reunido a ocho de ellos. Para los mismos, la catástrofe del Windsor no ha sido el siniestro que más les ha conmocionado, pero nunca lo podrán borrar de su memoria.
Eugenio Amores, subdirector general de Bomberos de Madrid, estaba cenando en Cuatro Caminos con su familia y unos amigos cuando le llamó un compañero alertándole del incidente. «Doblé la esquina con Raimundo Fernández Villaverde y vi que el cielo estaba iluminado por las llamaradas. Cuando llegué al lugar me encontré con dos compañeros en estado grave tendidos en el suelo. Me llenó una sensación de impotencia increíble», manifiesta. Minutos antes, los heridos habían quedado atrapados en la planta 21, donde se originó el fuego que desató la destrucción del Windsor.
Ricardo Jiménez, oficial del departamento de Extinción de Incendios, fue de los seis bomberos rodeados por las llamas en dicho piso. Este hombre era jefe de guardia aquel día. Llevaba trabajando 14 horas cuando le informaron del suceso, a las 23.20 horas. «Recibimos la llamada de los vigilantes de seguridad, pero cuando llegamos, poco había que hacer; el daño ya estaba hecho», explica.
Este oficial fue de los primeros en llegar con el primer tren de ataque. A las 23.40 ya estaba en los pisos superiores. «Llegamos cuatro bomberos a la planta 21. La visibilidad por el nivel de humos era cero. Empezamos a retroceder y perdimos el contacto. Yo era el que estaba más cerca de la puerta. Seguimos la manguera para salir», recuerda. Pero la gran subida de la temperatura hizo que los falsos techos comenzaran a caerse encima de los compañeros y, con ellos, el cableado. Las máscaras de dos de los profesionales se engancharon. Uno de los hombres cayó al suelo. Sus vías respiratorias se quemaron. Fue el que resultó herido mas grave. Ricardo cuenta que incluso en las dos semanas que estuvo ingresado en el hospital continuaba echando esputos negros.
Otros tres compañeros subieron a rescatarles, pero también quedaron acorralados. La tensión se incrementaba. «Quedamos atrapados en un infierno de fuego», dice Ricardo. A su vez, dos bomberos estaban en la misma situación una planta más arriba. Finalmente, todos pudieron salir.
Tras el derrumbe, cambio
Amores recuerda que a las 00.45 escucharon un gran estruendo. Procedía de la parte posterior del edificio. Una parte se había desprendido. Se dio la alarma general y se procedió a evacuar el edificio y a un posterior recuento de los efectivos. A partir de ahí pasaron de una estrategia ofensiva a una defensiva.
«Atacábamos a fuego, pero no servía de nada. El agua que subía por la columna seca, por las circunstancias de la obra, no tenía presión. No había nada que hacer salvo intentar que el incendio no afectara a instalaciones del entorno», explica Amores. «La compartimentación y las instalaciones son puntos claves para evitar la propagación de un incendio y allí fallaron los dos», considera Jiménez.
Miedo al hundimiento
A partir de ahí, viene lo que para el subdirector de Bomberos de Madrid fue la labor más complicada, la que no se vio: «Evitar que se extendiera por el edificio de El Corte Inglés». Allí, 33 bomberos lucharon contra las pavesas que caían sobre la cúpula de la construcción, que terminó viniéndose abajo, y que amenazaban con incendiar la construcción. Consiguieron evitarlo. Desde que a la una de la madrugada se desprende una parte del Windsor, «el temor a que se hundiese el rascacielos estaba latente», revela Santiago Rufete, quien estuvo en el siniestro desde las doce. «Cuando el fuego tira para arriba, para abajo y sigue comiendo al edificio, vivimos una situación muy dramática y muy peligrosa», añade Carlos Pardillo, otro de los bomberos que intervinieron. «En muchas ocasiones -continúa- no somos conscientes de las situaciones a las que nos enfrentamos».
Los refuerzos se solicitaron durante toda la noche. Ricardo Román, Juan José Sanz y José Luis Ortiz, como conductores, se dedicaron a otras funciones. Ricardo estuvo en la noche del 12. El resto, en las labores de retención de los días siguientes. «Ayudamos a montar las lanza monitoras, las mangueras, el movimiento de escalas, el relevo de vehículos y poniendo bombas en serie, ya que necesitaban presión», enumera Ricardo.
Pese a la magnitud y las consecuencias de lo ocurrido, los profesionales del fuego extraen el lado positivo: «Fue un siniestro duro y jodido, pero no hubo que lamentar pérdidas. No es la desolación del 11-M o la de perder a cualquier compañero como en Almacenes Arias», asegura Amores.
Para Ricardo, «el Windsor no sólo aportó experiencia a los que estuvimos, sino al servicio en general. Hemos mejorado en el enfoque de las intervenciones en edificios altos. Sin duda, el mejor de los logros es que volvamos todos con los vehículos completos».

Sin comentarios

Lo sentimos, el formulario de comentarios está cerrado.